Un análisis basado en datos y tendencias actuales
El debate sobre la pertinencia de las evaluaciones universitarias ha cobrado especial relevancia en los últimos años. A medida que el mercado laboral evoluciona y las demandas sociales se transforman, surge una pregunta central: ¿miden realmente las universidades lo que importa para el desarrollo profesional y social de sus estudiantes, o permanecen ancladas a modelos tradicionales que ya no responden a las necesidades actuales?
La respuesta tiene implicaciones profundas para la empleabilidad de los graduados, la calidad del aprendizaje y el futuro de la educación superior. Las estadísticas recientes y los estudios académicos más actuales permiten ofrecer una respuesta fundamentada y crítica a esta interrogante.
Del examen a la competencia: una transformación necesaria
Durante las últimas dos décadas, las universidades han replanteado radicalmente cómo evalúan a sus estudiantes. Lo que comenzó como un movimiento europeo impulsado por el Proyecto Tuning en 2001 rápidamente cruzó el Atlántico, transformando los sistemas educativos en América Latina (Córdoba Peralta & Lanuza Saavedra, 2023).
La razón de este cambio es clara: el mundo profesional ya no premia únicamente la acumulación de conocimiento teórico, sino la habilidad para movilizarlo efectivamente en situaciones reales, resolver problemas imprevistos y colaborar en entornos diversos y cambiantes.Los números respaldan esta transformación. Las universidades que han adoptado enfoques centrados en competencias reportan mejoras significativas en la empleabilidad de sus graduados (Bonnefoy Valdés, 2021). En España, el 77,6% de los jóvenes universitarios logra empleos acordes a su cualificación, y el mercado laboral ha registrado un crecimiento del 30% en ocupación universitaria desde 2020, con un aumento del 35,5% en puestos de alta cualificación (Fundación BBVA, 2025).
Estos datos muestran una correlación directa entre la formación por competencias y las oportunidades profesionales de los egresados. La perspectiva empresarial confirma esta tendencia. Múltiples estudios señalan que las habilidades blandas se han convertido en criterios esenciales en los procesos de selección, siendo valoradas tanto o más que las habilidades técnicas por parte de los reclutadores (García Brosa, 2019).
Capacidades como trabajo en equipo, comunicación efectiva, resolución de problemas y adaptabilidad reflejan las necesidades de un entorno laboral dinámico que demanda profesionales versátiles y capaces de aprender continuamente. La evaluación por competencias busca medir no solo lo que los estudiantes saben, sino cómo utilizan ese conocimiento en situaciones reales (OCDE, 2003).
Cuando lo tradicional ya no basta
Sin embargo, los métodos convencionales de evaluación continúan predominando en muchas instituciones de educación superior. Los profesores siguen empleando técnicas tradicionales, supeditados a calendarios rígidos que no consideran las particularidades pedagógicas de cada disciplina (García Acosta & García González, 2022). Esta persistencia genera tensiones: el 74% de los estudiantes percibe ambigüedad en los criterios de evaluación, revelando una desconexión entre expectativas y comunicación (Córdoba Peralta & Lanuza Saavedra, 2023).
La resistencia al cambio constituye uno de los principales obstáculos. Una proporción significativa del profesorado manifiesta reticencia hacia los métodos innovadores, prefiriendo mantener sistemas tradicionales con los que están familiarizados (Gallardo et al., 2022). Esta preferencia tiene consecuencias: los métodos convencionales tienden a priorizar la memorización sobre la aplicación práctica, sin asegurar que los estudiantes desarrollen las competencias transversales necesarias para su desempeño profesional (Bonnefoy Valdés, 2021).
El impacto es tangible. Un porcentaje considerable de estudiantes reporta desmotivación frente a calificaciones que no reflejan adecuadamente su proceso formativo (García Brosa, 2019). Por el contrario, la evaluación continua y formativa —que ofrece retroalimentación constante— favorece tanto la retención del conocimiento como el compromiso estudiantil, promoviendo un aprendizaje más significativo que el proporcionado por exámenes puntuales (OCDE, 2019).
Aprender haciendo: el poder de la experiencia
Las metodologías experienciales —proyectos aplicados, simulaciones empresariales y prácticas profesionales— han demostrado una efectividad superior a los métodos convencionales.
La investigación internacional documenta que estos enfoques favorecen una retención del conocimiento significativamente mayor, al permitir que los estudiantes vinculen la teoría con situaciones reales y desarrollen habilidades prácticas en contextos auténticos (Bonnefoy Valdés, 2021). Los participantes reportan mejoras notables en confianza profesional, liderazgo y compromiso académico, mostrando que el aprendizaje situado genera resultados más profundos y duraderos (García Acosta & García González, 2022).
Los casos institucionales confirman estos hallazgos. Universidades como la Universidad de Barcelona y Minerva University han incorporado prácticas reales en el currículo, reportando mejoras tanto en la comprensión conceptual como en la empleabilidad de sus egresados (innovacioneducativa.upc.edu.pe, 2024). Esta tendencia responde a las demandas del mercado laboral contemporáneo, donde los empleadores valoran cada vez más la capacidad de aplicar conocimientos en situaciones complejas y cambiantes (OCDE, 2019).
Los obstáculos que aún persisten
A pesar de los avances conceptuales, persisten barreras estructurales significativas. La falta de claridad en los criterios de evaluación genera incertidumbre y afecta negativamente el proceso formativo (Córdoba Peralta & Lanuza Saavedra, 2023). Esta situación se ve agravada por déficits en habilidades fundamentales: en Ecuador, la prueba DESCAES reveló que el 61% de universitarios de primer ingreso muestran carencias en competencias de autoaprendizaje, evidenciando que muchos estudiantes llegan a la educación superior sin las herramientas necesarias para gestionar autónomamente su formación (Banco Mundial, 2021). Más preocupante aún, solo una minoría del profesorado alcanza niveles avanzados en competencias esenciales para comunicar, manejar información y resolver problemas.
Estos datos revelan la necesidad de una transformación integral. La modernización evaluativa debe ir acompañada de formación docente continua y sistemática, que desarrolle en el profesorado tanto las competencias que debe evaluar como el dominio de metodologías innovadoras (Gallardo et al., 2022). La adopción de herramientas como rúbricas detalladas, portafolios de aprendizaje y tecnologías educativas emergentes puede contribuir a hacer los procesos evaluativos más transparentes y auténticos. Estas estrategias requieren, además, cambios organizacionales que otorguen al profesorado el tiempo y los recursos necesarios para diseñar evaluaciones formativas de calidad (García Brosa, 2019).
El desafío: evaluar para transformar
El énfasis contemporáneo en competencias, aprendizaje experiencial y evaluación formativa responde a una demanda real del mercado laboral y de la sociedad. Los datos demuestran que los sistemas basados en competencias no solo mejoran la empleabilidad y la retención del aprendizaje, sino que también elevan la motivación y el compromiso estudiantil al hacer visible la relevancia de lo aprendido (Bonnefoy Valdés, 2021; Fundación BBVA, 2025). Sin embargo, la mayoría de las universidades aún enfrenta el desafío de superar inercias institucionales y resistencias al cambio que dificultan la adopción plena de estos enfoques innovadores.
Las instituciones llamadas a liderar la educación superior del siglo XXI serán aquellas que midan lo que realmente importa: la capacidad de los estudiantes para pensar críticamente, resolver problemas complejos, trabajar colaborativamente y aplicar conocimientos en contextos cambiantes e inciertos.
Este cambio requiere valentía institucional para cuestionar prácticas arraigadas y flexibilidad para experimentar con nuevas aproximaciones evaluativas. Como señala la OCDE (2019), en un mundo caracterizado por la complejidad y el cambio acelerado, las competencias para seguir aprendiendo y adaptándose resultan tan valiosas como el conocimiento específico adquirido.
Evaluar para transformar —no solo para calificar— constituye el verdadero desafío y la mayor oportunidad de la educación superior contemporánea.